sábado, 14 de septiembre de 2013

Romina y su golondrina

Ayer recordé que de niña me llamaban “Golondrina”. Lo había olvidado. O tal vez lo quise olvidar. Fueron los años más duros de mi vida. Tenía doce años. Estaba sola en el mundo. Mis padres fallecieron juntos en un accidente de tren. No deseo hablar de ellos pues me pongo triste y arruinaría esta narración. Pase una temporada en un orfanato, pero una noche escapé. Me maltrataban y me moría de hambre. La comida era una miseria.
Huí de ese lugar y me marche bien lejos hacia otros pueblos, hacia otros mundos desconocidos. No se olviden que tenía doce años y me estaba enfrentando a la vida como podía.
Conseguí trabaja en una granja. Cuidaba animales y la huerta. Cuando terminaba la temporada de la cosecha, finalizaba el trabajo y debía marcharme a otras regiones más cálidas para conseguir empleo. A penas sabía escribir y leer y otra clase de trabajo no iba a conseguir. Viajaba al norte y permanecían los meses que duraba la recolección de uvas o maíz o de lo que sea.
Mi vida era estar en un sitio un tiempo y viajar al poco tiempo a otro. Conocí muchas personas. Les caía simpática. Era una niña huérfana amable, humilde y muy sufrida.
Me llamaban golondrina. Ese nombre me lo puso un párroco que conocí y me dio
hospedaje en su iglesia una noche fría de invierno.
-Niña no paras de caminar. Haz recorrido una distancia muy grande para llegar hasta aquí. Tus pies deben estar muy cansados. Quítate los zapatos y las medias que te haré un buen masaje y luego te prepararé la cena. Ya te pareces a una golondrina. ¡Siempre viajando y volando! - dijo el cura. Y de esa forma me bautizo.
Desde esos momentos todas las personas que conocía me llamaron “Golondrina”.
Iba y venía. Siempre los mismos pueblos en diferentes épocas del año.
Un día estaba recolectando tomates en una de las granjas. No me sentía bien; me dolía todo el cuerpo y tenía fiebre. No estaba trabajando con la rapidez que exigía el patrón.
A éste le molesto muchísimo mi lentitud. Decía que no trabajaba como mis otras compañeras. Que era una holgazana, que le hacía perder dinero y otras barbaridades más que ya no recuerdo. Estaba ebrio y no media sus agresiones hacia mí.
No dejaba de insultarme. Mi cabeza no aguantaba más. Me atormentaban sus palabras. Enseguida, el granuja tomo el látigo de su caballo y me lo aplico sin piedad. Me destrozó la espalda. Luego se marchó.
Salí corriendo de ese maldito lugar. No me importaba ya tener empleo. Quería correr
Y llorar.
De tanto andar, dolorida por los latigazos, llegué al pueblo y me desmaye.
Cuando desperté lo primero que vi fueron dos ojos y el rostro de una mujer muy
Hermosa. Romina, ese era su nombre. Ella era la maestra del pueblo y una persona muy respetable en la comunidad.
Me llevo a su casa y me quede allí. Mis heridas cicatrizaron lentamente.
La señorita Romina me propuso quedarme un tiempo allí, con la condición de empezar a estudiar. No iría a la escuela. Ella me daría las lecciones y yo me encargaría de las tareas de la casa. Le parecía una niña adorable.
Debo admitir que al principio de nuestra relación, ella era muy estricta con las lecciones escolares. Solía regañarme y eso me hacia sentir mal. No quería defraudarla. No era buena en matemática y la señorita Romina me exigía más y más.
-Golondrina, eres un desastre con los números. Debes esforzarte más. Vas muy mal, pequeña- solía decirme al corregir mis tareas.
También controlaba muchísimo las tareas domésticas. La casa debía estar siempre limpia y ordenada. Pero con eso no tenía inconvenientes. Siempre me gusto la limpieza.
A pesar de esos primeros roces entre nosotras, nuestra empatía se profundizo con el pasar de los meses. Me quería mucho y yo a ella. Y por supuesto mejoré en matemática.
-Debo agradecerle a dios porque te puso en mi camino. Te quiero mucho, Golondrina.
-Y yo debo agradecerle a usted, Señorita Romina.
Y jamás me marché de su hogar. No lo deseaba y además dulce y caritativa protectora quería tenerme a su lado. Me consideraba ya parte de su vida.
Al poco tiempo, se convirtió en mi madre. No solamente me enseño a leer y a escribir;
me inculco valores que me sirvieron y me aún sirven en la vida. Romina no solamente cumplió un rol de madre en mi vida. Fue mi maestra y mi ángel. Fue la que me transmitió conocimientos y su experiencia de vida, y fue la que me saco de una vida de huérfana dura y casi miserable, para educarme y convertirme en una persona digna.
Hoy ya no estás, Romina. Pero tu recuerdo perdura.
Fui una golondrina que tuvo la suerte de dejar de volar y quedarse en sitio para siempre. Y en ese lugar, en la casa de mamá Romina, aprendí a crecer y ser la persona educada y honrada que soy ahora.

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