sábado, 14 de septiembre de 2013

Cosplayers, Emos, Hippies y Punks en clase

Cuando decidí hacerme cargo del quinto año de la escuela secundaria N° 5 me sentí muy feliz.
Hacía bastante tiempo que estaba buscando un puesto de profesor, por lo tanto para mí fue
una bendición volver a la docencia. Hacia cinco años que no ejercía la misma.
Mi nombre es Carlos Romero. Soy profesor de lengua y literatura y tengo treinta y dos años.
Nunca me había tocado dar clases a un quinto año. Era la primera vez. Los alumnos no son niños; son casi adultos.
Recuerdo el primer día de clase. Me encontré con un grupo que a primera vista daba la sensación de estar muy dividido. Esa certeza la comprobé con el transcurso de los meses.
El curso contaba con veinticinco alumnos y tenían la particularidad de estar dividido en cuatro grupos principales: “Cosplayer”, “Emos”, “Punks” y “Hippies”. Es decir, en el aula se podía apreciar la presencia de cuatro subculturas adolescentes.
Los “Cosplayers” suelen disfrazarse de personajes de anime japonés, cómics o manga. No molestan demasiado, ni interrumpen tanto la clase.
Los “Emos” son chicos melancólicos, peinados con flequillo dividido hacia un costado. Usan pantalones entubados y camisetas de mangas cortas. Dos de sus miembros tenían el cabello teñido de fucsia y azul. Son extraños, hasta se podría decir que son depresivos.
Los “Punks “son provocadores, anarquistas y violentos. Sostienen que “no hay futuro”. Estos chicos, con crestas en sus cabezas y camperas de cuero, causaban problemas disciplinarios a diario. No me llevaba bien con ellos, ni ellos conmigo.
Y por último, estaban los “Hippies”, cuyo movimiento lucha por la paz mundial. Estos eran un grupito tranquilo. Todos llevaban el pelo largo y, a mi parecer, bastante sucio. Cantaban canciones de la década del 60 y 70 en los recreos y escribían mensajes pacifistas en el pizarrón cuando el aula se encontraba vacía.
-¿Profesor, usted cree que la vida tiene sentido? –me preguntó una de las chicas “emo”.
-Tú pregunta no tiene nada que ver con el análisis de oraciones compuesta que estamos viendo. Pero te responderé. Yo creo que sí, la vida tiene sentido. Tus pensamientos deberían ser más optimista.
-Pues yo no lo creo- replicó la “emo”, cuyo nombre era Estefanía.
Tiempo después dos alumnos del bando de los hippies, Roberto y Agustina, fueron suspendidos por pintar grafitis pacifistas en la fachada del colegio.
Cuento estas anécdotas para demostrar mi insatisfacción en mi trabajo. Estaba exhausto de
lidiar con un grupo tan separado y poco participativo en clases. Nada los incentivaban. Y lo peor es que la mayoría no estudiaba y tenia notas bajísimas.
La gota que derramo el vaso fue cuando un “punk” y un “emo”, en medio de mi clase, comenzaron a insultarse y terminaron a los golpes. Fue lamentable y deprimente para mí haber vivido semejante situación.
Estaba harto del comportamiento de mis alumnos y cansado de las acaloradas discusiones entre “punks” y “hippies”.
El año se terminaba. El curso por razones obvias no se puso de acuerdo para organizar un
viaje de egresados. Una pena, ya que guardo tan lindos recuerdos del mío. ¡Eran otras épocas!
Algo tenía que hacer. Transmitirle una enseñanza. Demostrarles que separados como estaban no irían a ninguna parte. Debían estar unidos y pasar estos últimos meses de escuela juntos.
Estoy seguro que dentro de veinte años cualquiera de ellos dará la vida por volver a la escuela y sentarse otra vez en un pupitre.
¿Qué podría hacer yo por ellos? No se me ocurría nada. ¿Una salida a un museo o alguna excursión al aire libre? Las autoridades de la escuela no me lo permitieron a raíz de la pelea que ocurrió en mi clase.
Pensaba mucho en tratar de hacer algo por ellos. No los podía dejarlos marcharse de la escuela al finalizar el año y llevarse recuerdos horribles de enemistades, odio y agresiones continuas.
Después de tanto meditar se me ocurrió algo. Lo consulte con el director de la escuela y aceptó. Mi curso, todos los sábados y, como actividad escolar obligatoria, debía ir a un hogar de niños huérfanos y brindar algún tipo de ayuda.
-¡Fabuloso, profesor! ¡Cantaremos canciones con los niños y seremos todos felices!- dijo Mariela, una de las “hippies”.
-Yo me sentiré a gusto. Estaré en un lugar donde se respira la tristeza- comento Gisella, una integrante del grupo de los “emos”.
-Podríamos enseñarle a los chicos huérfanos algo de japonés. Sería estupendo- mencionó Marina, alias Chun Loo May, la adolescente “cosplayer”.
-Es una broma ¿no?- preguntó Erika, una de las chicas “punks”
-No es un chiste. Deberán unirse como grupo, cosa que no hicieron jamás, para una causa noble. Ayudar a niños que no tienen padres. El sábado a las diez de la mañana saldremos. Iremos todos en autobús. ¡Ah! y deberán llevar cada uno puesta una remera blanca. No quiero buzos negros con calaveras, dibujos japoneses, símbolos de la paz, ni nada por el estilo.

Todos los sábados el grupo colaboraba con organizar los juguetes, preparar la comida, cuidar a criaturas enfermas y a llevar los niños a dar un paseo por el parque.
Al principio no se sentían a gusto, pero con el correr de los sábados en el hogar, el grupo por
primera y única vez se unió. Se olvidaron de sus ideologías y de las sub culturas y trabajaron para una causa en común.
Terminó el año escolar. Los chicos se llevaban milagrosamente bien, fue como si se dieran cuenta de que estaban cerrando un ciclo importante e irrepetible de su vida.
Celebraron una fiesta de graduados, en la cual asistieron sus padres y todos los profesores.
Fue una noche inolvidable. Me sentí feliz. Había conseguido que mis alumnos, olvidaran sus “tribus adolescentes” y disfrutasen los últimos meses de su estadía en la escuela, trabajando en grupo, y estudiando juntos.
Y, por supuesto, no los olvidaré. En mi memoria, siempre estarán los alumnos del quinto año del año 2011 de la escuela secundaria N° 5.

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