Tras la muerte de mis padres, ambos
fallecieron de tuberculosis, abandoné la casa de mi
infancia y me fui a vivir a la casa unos tíos lejanos. Me sentía deprimida y
triste. La melancolía me abrumaba.
¿Qué haría con mi vida? Tenía treces años y
lo único que deseaba era morirme.
No conocía a mis tíos. Solamente sabía que
no tenían hijos, eran ancianos y vivían en el sur.
Cuando llegué al pueblo era de noche. El
tren se había retrasado dos horas en una de las estaciones.
Mis objetos personales ya estaban en la
casa; los habian llevaron hacia dos semanas. Así que solamente tenía que llegar e
instalarme.
-Bienvenida, Daniela. Este será tu nuevo
hogar. Lamento mucho la muerte de tus padres- dijo mi tío Humberto.
-Gracias- respondí.
-Te prepararé la cena, niña. Si quieres
puedes bañarte e ir a tu cuarto a cambiarte de ropa. Te ves bastante sucia.
-Está bien, tía Elena. Lo haré.
La vivienda estaba a cincuenta metros de la
playa. La vista al mar era fabulosa. Desde mi habitación podía escuchar el
sonido de las olas.
Después de cenar, exploré la casa. En uno de los cuartos
había una biblioteca repleta de libros de literatura esotérica. Era muy raro encontrar esa clase de libros, a
no ser que los habitantes de ese lugar fueran brujos o magos. Me sorprendió ese hallazgo.
Tomé uno de los volúmenes apilados en uno
de sus estantes y me senté en uno de los sofás. El título del libro era
“Hechizos y fantasmas”. Sentí curiosidad y lo empecé a hojear. Previamente me
había preparado una taza de leche en la cocina, sin que mis tíos lo
descubrieran y comí una barra de chocolate que tenía guardado en mi mochila.No
me pregunte por qué, pero percibía una
presencia que me observaba. Seguí leyendo un largo rato hasta que el sueño se
apoderó de mí.
Me desperté sobresaltada al escuchar un
ruido en la ventana del cuarto. Algo había destruido uno de los vidrios. Me
levanté, la penumbra invadía todo el cuarto (iluminado solo por un antiquísimo velador). Me acerqué a la ventana y descubrí
que una gaviota se había estrellado contra el vidrío. Sus restos ensangrentados
estaban en el suelo. El miedo se apoderó
de mi cuerpo, pero en seguida me controlé y pude superarlo.
Estaba cansada, pues el día había sido muy
largo. Estaba a punto de dirigirme a mi cuarto e irme directamente a la cama
cuando el grito de una mujer quebró el silencio de la noche.
Mi corazón se paralizo del terror.
¡Qué sucede! ¿Qué está ocurriendo? ¡Debo
salir, el grito proviene de la playa! Tal vez alguien necesite ayuda.
Mis tíos dormían. Busque la llave, abrí la
puerta de la casona y salí corriendo hacia el mar, en dirección al muelle.
Una imagen fantasmal pedía auxilio. Me
acerqué a la orilla del mar. A quince metros de donde me encontraba parado pude
ver a una mujer, vestida de blanco, con un velo del mismo color.
¡Niña, ayúdame!- gritó al verme.
Al observarla, instintivamente me arroje al
agua. Me olvidé de esa mujer y me ocurrio algo muy extraño; la depresión me invadió. Quería tragarme toda el
agua del mar y morir, morir y morir.Sólo quería hundirme y sentir una lenta
agonía acuática.
Una mano me agarro del cuello. Era el
espectro que imploraba auxilio.
-¡Estas muerta! Maldita sea. Déjame morir-
le grité.
-¡Niña, ayúdame!- seguía diciéndome el
espectro, al mismo tiempo que me abrazaba y con una de sus manos metía mi cabeza
debajo del agua para ahogarme.
Ya no tenía opción de regresar a la orilla.
Estaba a doscientos metros de la costa y no sabía nadar.
Cerré los ojos y me entregue a la muerte.
Desperté en la playa con los primeros rayos
del alba. Había sobrevivido. No sé cómo lo hice. Desconozco como logré llegar a la costa.
“¿Y que sucedió con el fantasma?”, pensé.
-No lo sé- respondí en voz alta.
No obstante, tenía la certeza de que al
observar a ese fantasma, tuve un impulso suicida. Quería acabar con mi
existencia para siempre. Tal vez mi tristeza era consecuencia de la muerte de
mis padres.
Al día siguiente abandoné la casona.Me daba
terror permanecer en ese sitio maldito. Decidí escaparme.Escribí una carta de
despedida a mis familiares para que no sintieran culpa por mi partida, preparé
mi equipaje, tomé el tren y me dirigí a la ciudad más lejana. No quería que
nadie me encontrara.Mucho tiempo después me enteré de que mis tíos me buscaron,
pero como no me hallaron, me olvidaron
rápidamente. Actualmente vivo en un orfanato para adolescentes.
Con el transcurso de los años, me olvidé de
ese suceso tan extraño vivido en la casona de mis familiares. Sin embargo,
algunas noches, antes de conciliar el sueño me parece oír
que alguien susurra a mi oído:
-¡Niña, ayúdame!
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