jueves, 26 de junio de 2014

El perro hambriento

Le lleve flores a su tumba. Hacia un año que murió nuestro perrito. Su nombre era “Tobi”. Lo criamos de cachorro. Apareció una noche de invierno; estaba hambriento.
Recuerdo que una vez lo lleve a la escuela  y mis compañeros quedaron encantados al verlo. Mi madre se ocupaba de el: lo bañaba y lo alimentaba.
Pero un día Tobi empezó a comer y comer. Su alimento no lo llenaba. Entonces comenzó a tragar objetos (pelotas de tenis, vasos, copas, basura) y aumento de tamaño. Ya no entraba en el patio y un mes después no cabía en la casa. Era enorme. Tobi no paraba de comer.
Un día me desperté y note que mis padres habían desaparecido;  Tobi se los había devorado.
Y no paró hasta hacer desaparecer, mi casa, mi barrio, toda la ciudad y sus habitantes.
Una vez intento morderme, pero me defendí y lo mate. Le di una patada en la barriga y cayó al suelo.  Abrí  con mis manos su boca y de ella comenzaron a salir todas sus víctimas. Milagrosamente todos estaban vivos, incluida mi familia.
Ya muerto el perro, recupero su tamaño normal; dejo de ser una bestia de diez metros de altura para volver a ser un perro común y corriente.
Deje las flores en su tumba y sonreí al leer su epitafio; lo había escrito mi padre y estaba dedicado a mi madre, que era la ama del canino:
“No debió alimentarlo jamás”

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